
Frente a las calumnias contra Che y la Revolución cubana que se divulgaban por la prensa boliviana, sometida a la censura oficial, los estudiantes universitarios decidieron editar, clandestinamente, los discursos de Fidel Castro, del propio Guerrillero Heroico, y otros materiales que recogían la verdad del proceso revolucionario en Cuba.
Esa tarea la enfrentaron varios dirigentes estudiantiles en la ciudad de Cochabamba y fue tal el interés que esos documentos provocaron, que algunos de ellos fueron editados varias veces, sin que la Dirección de Investigaciones Criminales (DIC), descubriera a los responsables. Fue una acción de extraordinario valor en solidaridad con Cuba.
Otras acciones populares sobrevendrían, pese a la creciente ola represiva que ya había llenado todas las cárceles y obligado al gobierno del general Barrientos a crear nuevos campos de concentración en zonas inhóspitas de las selvas del norte.
Por aquellos días, el entonces alcalde de la ciudad de La Paz sugirió hacer una manifestación que demostrara al mundo cuánto odio supuestamente existía en Bolivia respecto a la Revolución cubana. La acción consistiría en colocar miles de antorchas que formarían, en gran tamaño, las letras de una injuriosa frase contra el líder del pueblo cubano.
Esas antorchas serían situadas en las laderas de uno de los cerros que bordean la hondonada donde se asienta la capital boliviana, y serían encendidas en la noche del 26 de julio.
Lo más infamante de la idea radicaba en que debían ser los propios indios cholos, pobladores de las villas miseria que se extienden por aquellas elevadas colinas, quienes debían ubicar convenientemente y encender las teas en la noche prefijada.
Los hachones fueron financiados por varias organizaciones de las llamadas «caritativas», integradas por damas de la alta burguesía boliviana de entonces, así como por la Falange Anti-Comunista de Bolivia.
Todo ocurrió como previeron los reaccionarios...Todo, hasta el atardecer del 26 de julio de 1967. Al caer la fría noche, desde la ciudad -y especialmente desde la Avenida 16, principal arteria donde se concentraba la alta burguesía boliviana- se apreciaban las ardientes antorchas.
Sin embargo, luego de transcurridos los minutos iniciales, cuando creyeron que la ofensa estaba consumada, sucedió algo que transformó la euforia de los organizadores en una verdadera frustración.
En la crónica que escribió acerca de los sucesos de la noche del 26 de julio de 1967 en La Paz, el periodista boliviano Rubén Vázquez Díaz narró:
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